
Esta es la historia de Gordo el pirata, quien como todos los piratas tenía una pata de palo, un garfio, un parche en el ojo y una frondosa barba negra. Siempre se le encontraba igual, en una pequeña isla esperando que alguien llegara para contarle sus cuentos. Vivía con otros dos piratas: el Capitán Jack Sparrow, quien perdía la cabeza cuando no se le llamaba Capitán, y Algharqaa, quien siempre estaba confundido. Ellos dos se mantenían en islas distintas porque los agotaba escuchar las historias repetidas una y otra vez, aunque podían moverse entre ellas por unos puentecitos rústicos que unían al archipiélago.
Como todos los días de esa temporada, tan pronto cesaba la lluvia y asomaba el sol de entre las nubes oscuras, cruzaba un frágil navío de oeste a este, o izquierda a derecha como lo veían los piratas en aquellas islas. Gordo se emocionaba al verlo pasar, quizás añorando sus días de tripulante o tal vez intentando descubrir cómo un carguero tan débil podía trabajar con tal frecuencia. En esta ocasión, antes de desaparecer entre la última playa y las olas que con ella chocaban, la embarcación deshizo la estela que había dejado a su paso para hacer realidad la premonición que se había apoderado de Gordo tiempo atrás.
“Les digo que pronto sabremos qué es lo que lleva ese bote. Dos hermanos, redonditos, vendrán pidiendo un favor, y si recatamos en cumplirles, algo a cambio habrán de dejarnos,” aseveró Gordo con tono solemne y mirada de preocupación a sus dos compañeros. Estos, a punto de hacer la siesta luego de almorzar, pretendieron no escucharlo. Varios minutos después, siguiendo una cadena de pensamientos vagos, Jack, el único de estos tres piratas que conservaba sus dos piernas, replicó sorprendido: “Eso es algo nuevo.” “Siento como si fuera un coqueto secreto que me ha contado Dios,” respondió el que había propuesto la conversación, aun comprometido con ella.
Ancló entonces el barquito y de un salto bajaron dos figuras. En segundos se acercaron nadando, llegaron a la playa, se secaron, pelearon porque cada uno había mojado al otro, y se aproximaron entre empujones hasta donde se encontraba Jack. A la vista eran idénticos. “Disculpe caballero, atamos aquí porque mi hermano no quiso entrar al baño antes de partir y necesita hacerlo ahora,” dijo con una voz aguda como la de las gaviotas el ser de la derecha. “No es así; solo que otra vez tengo ganas,” corrigió el de la izquierda, con una voz con la que hablaría la cueva de Calipso si lo pudiera hacer.
El pirata, sin entender muy bien lo que sucedía, les dijo que si estaban en el mar rodeados por agua no tendrían por qué bajar del barco para aliviar la vejiga. “¿Ves? Te dije que desde la borda podías orinar.” “Ojalá Papá estuviera aquí, él entendería. ‘No debemos ensuciar las aguas,’ ¿lo recuerdas?” La voz aguda chilló: “Eso no fue lo que dijo nuestro padre. ‘No debemos contaminar las aguas,’ tonto. Ahí está la diferencia.” “¿No tenías afán de entrar al baño?,” recordó al de la derecha Jack. “Nuestro baño es detrás de aquel árbol,” y hacia allá lo dirigió. El otro, mientras tanto, sacó de su bolsa un libro grueso, afirmando que era un regalo para los tres piratas por el episodio que les habían hecho presenciar. Jack aceptó agradecido y Gordo, quien todo el tiempo estuvo observando desde la distancia de su islote, dio la espalda a la situación, desconcertado por los tripulantes con los que había fantaseado tantas mañanas.
El sol había avanzado en el cielo, cruzando la barrera del mediodía, y Gordo seguía sumergido en sus pensamientos, mirando al vacío como si fuera un vacío interior lo que contemplaba. Jack no se animaba a abrir el libro sin participar a sus vecinos, y al oír la respuesta de Algharqaa, no tuvo más opción que insistirle al deprimido pirata hasta que se animó a acompañarlo. “Supongo que ese loco te dijo que destapar libros regalados es de mal agüero. Dice que solo lee lo que él mismo compra y lleva sin salir de estas tres islas más que nosotros dos juntos,” dijo Gordo recuperando esa alegría que era natural en él. En la tapa de cuero, escrito a mano con una letra impecable, decía Frida Faro, mis reflexiones. Abrieron una página al azar:
“Ese nuevo pulpito que deambula por la aldea con una pecera en la cabeza me ha llamado de manera muy particular la atención. Entre otras cosas, es fascinante como se ve y se oye todo desde acá arriba. No estoy segura de en qué momento llegó a esta isla, pero a pesar de eso, estoy segura de que quien lo introdujo fue el carnicero; siempre resulta con esas excentricidades. Sigo al animalito con mi catalejo y siento que tiene una experiencia contraria a la que vivo yo desde el faro: conozco la isla de memoria y alcanzo todo lo que en ella sucede, mientras que él solo registra lo que está inmediatamente después del vidrio que rodea su cabeza. En este momento intenta subir a una palmera, como habrá visto que lo hacen los micos acá en la tierra, de los cuales nada se sabe entre las criaturas que habitan el mar. A medias lo logra y se devuelve sobre sus pasos, satisfecho por su rápido aprendizaje. Se asusta con el paso de un de los mellizos, supongo que por su estatura lo único que vio fueron dos piernas pasando…”
“Aburrido,” le dijo Gordo a Jack. Este, sumergido en la historia del pulpo, se tardó en reaccionar. El pirata cuentero está a punto de comenzar una narración que recordó leyendo las páginas del libro, y que aseguraba que nunca antes habían escuchado. Algharqaa, intrigado por esta presentación, se unió para completar el grupo. El narrador se ajusta el pantalón halando de la correa, se rasca la oreja y carraspea disponiéndose a empezar.
“Esa isla del faro la conozco. Queda a pocas millas de aquí, hacia el oeste. Alguna vez volvía de las islas de Gran Bretaña e Irlanda, de una mal llamada aventura con los cuerpos oficiales de aquella región. Entre mis nuevas pertenencias obtenidas en esa empresa que aun ahora, de viejo, me avergüenza, se encontraban unas haditas cuyo origen no recuerdo. En un puerto del sur, la noche antes de partir, tomé una cerveza tras otra, jurando a la chica que me acompañaba en la barra que debía ser una princesa celta prófuga y que tanta belleza no tenía otra explicación. El siguiente recuerdo en mi cabeza es haber despertado en el barco rumbo al Caribe. En la bodega, las ya nombradas hadas.
“Cuando atamos en nuestro destino, 21 días habían sido tachados en el calendario. Como de costumbre, lo primero que hice fue entrar en la taberna y pedir un vaso de ron. No es lo mismo beberlo con la cálida humedad del trópico en los poros que con el amargo frío del norte en los huesos. Abstraído entre esos tragos de amor por la vida, ni me imaginaba que me iba a topar con aquella bruja. Fue una espeluznante experiencia de la cual, una vez más gracias a los efectos de los líquidos que insisto en ingerir, no me acuerdo bien. Volvamos a la taberna. Ya había abandonado mi lugar y salía satisfecho a hacerme cargo de todo cuanto debía en relación con el barco y mis nuevas adquisiciones.
“Mientras me disponía a depositar la jaula de las hadas con el resto de la carga que estaba ya en el muelle, me abordó un tipo de esos que con verlo un par de segundos te hace levantar las más intensas sospechas. Parecía un agente de aduanas cuyo oficio lo mantenía dentro de las oficinas, firmando papeles tal vez. Pero daba más desconfianza que la pinta más atroz de pirata. Su piel era de un negro tan puro que era obvio suponer que la había conseguido en el centro de África y sus habilidades para enredar la cabeza ajena. Durante la conversación, fue tocando de manera disimulada y como quien no quiere la cosa, el tema de los seres brillantes. Yo ya me las olía y aparentemente el duendecito que a lo largo del viaje no hizo más que pedir cerveza con un acento irlandés rasgado, había también leído las intenciones del indiscutible contrabandista.
“El pequeño se libró del cerrojo con fascinante facilidad, cosa que no había intentado antes, y despavorido huyó junto con sus compañeras mágicas. De las ganancias de la misión que habíamos terminado sabía que se encargarían sin ningún problema mis hombres. Así que, sabiéndome abandonado por aquellas criaturitas de mi cariño, salí detrás de ellas. Claramente en ese entonces no tenía necesidad de usar esta belleza que ahora llevo como pierna.Estos bichos se movían alrededor de la isla a la perfección, como si la conocieran de antes, y se dirigieron hacia el extremo más desolado, siguiendo lo que parecía una ruta trazada para ellos previamente. Solo los seguía sin pensar hacia dónde se dirigían. De repente, me encontré en frente de una gruta de la que nada se veía desde afuera.
“Acepto que dudé, pero ya había llegado hasta allí y me dije que qué más daba. Entré pues, y para mi sorpresa, desde adentro sucedía el mismo efecto que desde afuera: no se veía absolutamente nada hacia el otro lado. Parecía pasar a otra dimensión, algún tipo de hechizo. Tan pronto hice dos curvas a la izquierda me topé con la guarida más cómoda que jamás podrían imaginar dentro de una cueva. ‘Qué delicioso te ofreces al oído.’ Era una hermosa morena de pelo enredado y largas vestimentas que le hacían juego. Los ojos le brillaban de una forma que todavía no logro explicar, ´pues definitivamente no era luz lo que había en ellos. El iris blanco daba la impresión de que era ciega.
“‘Sí es ciega, si es lo que te preguntabas,’ me indicó una voz sin emisor. Unas cadenas sonaron, dando cuenta de que un cautivo en la oscuridad se acomodaba y aclarándome la proveniencia de aquella afirmación. No era asunto mío a quién tenía ahí, así que omití el hecho de que hubieran prisioneros. Ya era suficiente con entrar a la cueva de una bruja como para preocuparme por esas minucias. Vi a las pequeñas criaturas del lado de la hechicera, frotándose contra su falda y moviéndose por el lugar como lo harían sus mascotas. La encantadora morena me acercó una jarra de cerveza y no solo porque de esta bebida se trataba la acepté; era necesario un trago para comprender lo que allí sucedía.
“Confieso que de todo el alcohol que he tomado, este ha sido el más fuerte, el más efectivo. Ya quisiera volverlo a probar. En fin, cuando apenas llevaba la mitad veía todo borroso, todo doble o triple y caí dormido.Hasta ahí supe aquel día.”
Jack no permitió que Gordo prosiguiera con su relato. Con cara de sentirse realizado afirmó: “Yo sé qué pasó ahí,” y prosiguió con la historia que a su amigo le faltaba en la memoria. “Al ver a Calipso estabas bastante nervioso. Desde el rincón oscuro donde me encontraba amarrado con las cadenas que bien describiste, se notaba cómo temblabas del susto . La cerveza la apuraste en largos sorbos y que caíste dormido fue en realidad solo un tropezón. El duendecillo te ayudó a ponerte de pie y con un sonoro eructo que retumbó en las paredes de piedra, anunciaste que estabas listo para seguir bebiendo. Sorprendentemente conversaste con la bruja con una facilidad que no vi en otra persona mientras estuve privado de mi libertad por ella.
“Entre todas las pendejadas de las que hablaron, hubo una en particular que me conmovió. Debo aclarar que a pesar de la ceguera, Calipso veía todo por medio de su bola, esa parecida al Palantir de Saruman. Con todo me refiero a todo, no solo en la dimensión espacial sino también en la temporal; comprendía todo lo físico.
“ 'Sé que esta, contador de cuentos, te interesará. Se trata de un pirata magrebí que se movía entre los más temidos, que recorría las Américas y Europa recogiendo esclavos. La diferencia con los demás capitanes es que este se esforzaba por llevarse no a los cristianos comunes, sino a aquellos más influyentes en la economía y la política; todo esto para vengar a los hermanos africanos que tanto han sufrido a través de la historia.’ Siguió con una descripción perfecta de todo lo que veía en su bola, suceso tras suceso. Lo que verdaderamente me inquietó va a continuación: ‘De todas las barbaridades que cometía y del increíble sufrimiento que le provocaron sus enemigos, ninguna lo había conmovido como la vez que se enteró de la existencia de su verdadero amor. Le habían contado que era una morena de ojos muy claros y que vivía en el caribe como él cuando había abandonado sus andanzas. Salió a buscarla y pese a sus excelentes habilidades de marinero, encalló. Supongo que fue por andar pensando en su mujer. Desde entonces anda en una pequeña isla, perdido en el tiempo. Desde allí, olvidó que existe el pasado, que existe el presente y que existe el futuro. Aun puedo verlo, siempre puedo verlo.’”
Eran pocas las veladas que terminaban con las historias de los piratas, pero cuando así sucedía, acostumbraban compartir un cigarro en contemplativo silencio, agradeciendo al mar y al tiempo que les permitiesen disfrutar de ellos. Esta vez no fue la excepción. Con el tabaco se apagó la energía de los amigos y sin hablar más luego del punto final, se fueron a dormir.
La mañana siguiente fue particularmente prometedora para Gordo. No sabía qué era, pero se sentía como aquella vez que creyó oír un secreto de su dios. Con el sol salió, como de costumbre, el barco de los gemelos, y Gordo lo vio pasar una vez más sin resentimiento. Algharqaa no aparecía por ningún lado, lo que preocupó a los otros dos habitantes del archipiélago únicamente porque no salía de tierra hace demasiado tiempo y no había avisado en su nueva incursión. Lo dejaron pasar pues ya aparecería. Días pasaron y nunca más lo volvieron a ver. Al pequeño barco sí.
La fecha no la sé; desde acá arriba todo el tiempo parece igual.
Frida Faro